martes, 4 de noviembre de 2014

Miguel Lozano - Récord del Mundo de Inmersión Libre en Apnea

Muy buenas,
A pesar de que tiene ciertos errores, ayer estuve leyendo este artículo que me encontré en El País:
http://deportes.elpais.com/deportes/2014/11/01/actualidad/1414880233_690506.html
El Hombre que Vuela en el Mar Profundo
Miguel Lozano intentará batir a finales de mes el récord del mundo de inmersión libre descendiendo en apnea a más de 121 metros
-Mucho más que un récord de apnea, por ALFREDO SANTALLA:
http://deportes.elpais.com/deportes/2014/11/01/actualidad/1414871870_229889.html
-GRÁFICO Efectos de la Apnea en el cuerpo.
Carlos Arribas Madrid 3 NOV 2014 - 17:49 CET

Aunque muchas veces se haya dicho, un deportista no pone verdaderamente a prueba los límites de su organismo en un sprint de 100 metros a casi 40 kilómetros por hora o a 2.615 metros de altura después de ascender el Galibier a toda velocidad o en los últimos metros de un maratón corrido a ritmos inferiores a los tres minutos por kilómetro o lanzándose en paracaídas desde la estratosfera en un traje presurizado. Los límites reales solo los rozan, o a veces, trágicamente, los sobrepasan, aquellos que se lanzan al mar profundo y bucean hacia el fondo sin botellas de oxígeno en la espalda que les permitan respirar.

El cuerpo de quien desciende en apnea a más de 100 metros de profundidad sufre tales transformaciones que narradas se convierten en un relato casi de terror: el corazón late tan lentamente, incluso por debajo de las 20 pulsaciones por minuto, y la saturación de oxígeno es tan baja, por debajo incluso del 50%, unas constantes que cualquier médico declararía incompatibles con la vida.

“Pensarlo impresiona, sí, pero al conocer antes de lanzarnos a la oscuridad lo que le ocurre a nuestro cuerpo ya lo tenemos normalizado. De hecho, gracias a que ocurre todo eso somos capaces de hacerlo, porque el conocimiento en nuestro caso es poder”, dice Miguel Lozano, de Montgat de Mar, Barcelona, que es el español que más profundo ha descendido sin lastre en la cintura ni aletas para propulsarse en la ascensión, hasta 117 metros. “No es ni una locura ni un riesgo. El cuerpo sabe adaptarse a todo. Cuando desciendo soy como una botella de plástico a la que comprimes y aprietas hasta dejarla casi en nada antes de tirarla a la basura; y cuando regreso hacia la superficie, según va descendiendo la presión que me comprime, soy esa misma botella recobrando su forma original poco a poco. Si fuera una botella de cristal, se rompería, y en eso, en cristal rompible, me convierto cuando no soy capaz de relajarme o de llevar a cabo las técnicas necesarias para compensar la presión del agua y la falta de oxígeno”.

A veces, Miguel Lozano se sorprendía pensando en cómo iba a cocinar los espagueti de la comida o en qué tenía que comprar en el súper cuando saliera del agua. Unos pensamientos curiosos y peligrosos, pues le invadían en un agujero azul profundo en el mar a 60 o 70 metros de profundidad, adonde había descendido un par de minutos antes después de una simple respiración muy profunda. “Alcanzo entonces tal nivel de relajación, de evasión mental, que me siento como un niño de cuatro años jugando en el agua”, dice Lozano, que describe así el ideal, y casi adictivo, estado de hipercapnia, cuando en la sangre hay más dióxido de carbono (CO2) que oxígeno y el organismo está al borde de la narcolepsia. “Y eso, que es lo que busco, es también un riesgo, porque cuando se desciende en caída libre, hay que estar muy concentrado. Tengo que sentir el agua, estar atento a lo que me rodea, pero, sobre todo, tengo que estar concentrado en los aspectos técnicos y en la relajación para evitar dañar los pulmones generando tensión en mi caja torácica”.

Y solo así podrá sobrevivir Lozano, que actualmente se entrena en el Mar Rojo, en Sharm-el Sheikh (Egipto) para intentar batir a finales de mes en el Dean's Blue Hole, en Bahamas, el récord del mundo de inmersión libre (descenso y ascenso sin peso ni aletas siguiendo una cuerda tensada hasta la profundidad deseada), fijado en abril de 2011 por el neozelandés William Trubridge en 121 metros. El Dean's Blue Hole, el paraíso de la apnea, es la dolina marina, el agujero azul, más profunda del mundo. Es un agujero situado a unos metros de la playa de 202 metros de profundidad y unos 35 metros de diámetro en la superficie, y más de 100 metros en el fondo. Sus aguas son tan transparentes que solo el azul del espectro las atraviesa, y su reflejo en las blanquísimas arenas carbonatadas del fondo regresa a la superficie como un color azul oscurísimo.

En el mar profundo, en el agujero, después de llenar al máximo los pulmones enormes que acogen hasta 10 litros, y después de sobrellenarlos hasta los 12 litros tragando aire por la boca con bocanadas rapidísimas, movimientos casi compulsivos de los labios como los de un pez agonizante fuera del agua, que se llaman carpas, Lozano entablará durante cuatro minutos y medio una batalla contra un medio hostil que, curiosamente, no ganará peleando, sino rindiéndose, dejándose llevar.



No ganará al mar con adrenalina, sino con control mental, obligando al cuerpo a no responder a los estímulos que le envía el cerebro, guiado siempre por el instinto de supervivencia.

“La mente siempre trata de poner trampas para evitar una situación de riesgo de vida, pero mediante el entrenamiento y la repetición somos capaces de centrarnos en lo realmente importante”, dice el apneísta catalán. “Y aunque estoy centrado en compensar mis oídos para evitar que revienten los tímpanos [lo que consigue abriendo la glotis en un curioso eructo a presión con la boca cerrada que envía aire hacia el oído medio] y relajarme, en algunas ocasiones puedo evadirme, escuchar mi corazón ralentizarse así como notar una ligera presión en mis extremidades por el efecto de la migración de la sangre desde brazos y piernas a los órganos vitales, a corazón, pulmones y cerebro. Es una sensación realmente extraña, pero en cierto modo agradable”.

Cuando comienza a descender, Lozano lo hace impulsándose en la cuerda que le guía, para vencer la resistencia del agua, pero alcanzados los 30 metros se pierde la capacidad de flotar y comienza la caída libre a un metro por segundo. Comienza ahí la felicidad para Lozano. “Entonces es el cuerpo el que decide, no la mente, y es como volar bajo el agua, es la fase de placer”, dice el buceador. “Pero rápidamente, cuando se toca fondo y toca regresar y cuando el diafragma, involuntariamente, empieza a golpear para ayudar al corazón a exprimirse, llega la fase del sufrimiento. No es un dolor tan físico, aunque el ascenso, a pulso con los brazos sí que duele, como psicológico. Pero en el fondo somos como los delfines, estamos adaptados gracias al entrenamiento y podemos reducirlo todo a una serie de mecanismos repetidos”.

Como un delfín justamente llegó a sentirse Jacques Mayol, el gran mito de todos los apneístas, el francés que convirtió la vida en el mar, los descensos en una filosofía de vida, el silencio absoluto en mística, como reflejó, en forma de pelea a muerte con el apneísta italiano Enzo Maiorca, el director francés Luc Besson en la película El gran azul, la obra de culto de todos los apneístas.

La mística, lo que él, con humor, llama “rollo filosófico”, es lo que también encuentra en el mar profundo Lozano, de 35 años, pues su vida como deportista comenzó como una huida y una búsqueda. “De pequeño, en Montgat, practicaba pesca submarina, pero lo dejé cuando me fui a trabajar a Barcelona. Y trabajando me di cuenta de que estaba dejando escaparse a la vida. De lunes a jueves estaba deseando que llegara el viernes, y luego pasaba todo volando. Nunca vivía el momento. Entonces fui a un club de apnea para desestresarme, pues el control de la respiración es magnífico para relajarse, como el yoga o la meditación, y quedé enganchado porque tenía buenas condiciones para la práctica”, dice Lozano, quien dejó el trabajo y la rutina y se instaló en Tenerife, el mejor lugar de España para practicar apnea, y desde allí viaja habitualmente a Egipto, donde trabaja con el italiano Umberto Pelizzari, el sucesor del fallecido y venerado Mayol en su jerarquía, y Bahamas.

“Me gano la vida trabajando medio año como instructor de apnea y con cursillos de relajación a ejecutivos, a futbolistas, a quien lo necesite. El resto del año lo dedico a entrenarme y competir. Pero si quiero batir el récord, un objetivo que en otra ocasión no logré al sufrir un síncope de aguas poco profundas a 10 metros de la superficie, no es porque quiera ser un campeón. Ese no es mi objetivo: solo quiero vivir de mi pasión”.
P.D: Un video bonito grabado en el mismo sitio (Dean's Blue Hole):


Mismo video en Vimeo:
http://vimeo.com/52920491 

Vaya! Y jugando en la Nemo33:
http://viviendoapesardelacrisis.blogspot.com.es/2014/01/piscina-nemo-33-en-bruselas.html



Y, por último, efectos de la inmersión en el cuerpo (libro "El Hombre Subacuático - Manual de Fisiología y Riesgos del Buceo" de Francisco Verjano Díaz):
http://viviendoapesardelacrisis.blogspot.com.es/2014/01/primera-inmersion-del-ano.html

Actualización a 15/12/2014: Parece ser que tuvo que posponer el intento:
http://www.miguelozano.com/problemas-fisicos-me-impiden-intentar-el-record-del-mundo/
Problemas físicos me impiden intentar el récord del mundo
Hace escasas horas, tomé una de las decisiones más difíciles de mi vida, no competir en la Vertical Blue de Bahamas.

Hace una semana, durante mis entrenamientos en Egipto tuve un edema pulmonar que trastocó de manera importante mi calendario de entrenamientos y ha hecho que reduzca mi rendimiento. He tratado de descansar y no forzar para llegar en las mejores condiciones posibles a Bahamas, pero la respuesta de mi cuerpo tras el entrenamiento de ayer me ha demostrado que no estoy recuperado.

Cómo sabéis, mi intención era la de batir el récord del mundo en inmersión libre descendiendo más de 121 metros. Estaba listo técnicamente y mentalmente. Mi preparación ha sido buena y en términos de apnea estaba en condiciones óptimas, pero los problemas físicos me impiden poder enfrentarme a un bonito reto para el que llevaba mucho tiempo preparándome.

Una conversación final con el responsable médico de la competición, el Doctor Tom Ardavany ha terminado de aclarar las cosas, y es que el médico opina que es de alto riesgo participar. Un descenso a esas profundidades sin estar en las mejores condiciones, fisiológicamente hablando, puede ser un error irreparable y peligroso.

Una cosa tengo clara, en ocasiones hay que perder para poder ganar, dar un paso atrás para avanzar con más fuerza y aprender de los errores cometidos. Puedo imaginar lo que siente un alpinista cerca de la cima, que sabe que debe dar la vuelta y dejarlo para otra ocasión y se resiste a ello con todas sus fuerzas. Todo el entrenamiento, tiempo y sacrificio, desaparecen, y realmente duele, pero la salud es lo primero y me quedo con todo lo que he aprendido a partir raíz de este problema.

Gracias a mi familia, amigos, compañeros de entrenamiento, alumnos, sponsors y medios de comunicación por su interés y apoyo, y a la comunidad de la Apnea por su comprensión y por entender esta difícil situación.

Este deporte, que es mi pasión, mi vida y la ilusión con la que despierto cada mañana es superación, evasión y simbiosis con el medio marino y la naturaleza y no un riesgo para la salud. Por todo ello os aseguro que volveré muy pronto, porque mi objetivo sigue estando más allá de los 121 metros.

Gracias por todo.
Por Miguel Lozano|28/11/2014
Actualización a 22/04/2016: Otro intento:
http://deportes.elpais.com/deportes/2016/04/12/actualidad/1460468084_350171.html
Miguel Lozano desciende 123 metros en el mar con una bocanada de aire
-El récord del mundo del apneísta español no tiene valor porque sufrió un síncope en el ascenso en la isla de Bali
Carlos Arribas
Madrid 21 ABR 2016 - 18:31 CEST   

A Tulamben, un pequeño pueblo de pescadores en la isla de Bali, peregrinan centenares de submarinistas con botellas de oxígeno que buscan, cerca de la costa, casi rozando la superficie, el pecio del Liberty, un transporte de la armada de Estados Unidos hundido por torpedos japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. Desciende y hacen fotografías espectaculares de los corales que se agarran al acero del barco, y de los molas molas y otros grandes peces que por allí se mueven. No muy lejos de allí, en las mismas aguas del mar de Java, Miguel Lozano se lanzó al mar más profundo el 24 de marzo pasado no en busca de naturaleza y belleza, sino de un récord en inmersión libre, la especialidad que combina todas las disciplinas de profundidad, y sus exigencias: tiempos de buceo largos, fuerte narcosis por estar expuesto durante mucho tiempo a mucha profundidad y elevada presión, flexibilidad torácica y pulmonar, control mental y buena forma física.

El apneísta de Montgat (Barcelona) quería convertirse en el ser humano capaz de descender más bajo, hasta 123 metros (dos metros más que el récord vigente desde hace seis años), y regresar plenamente consciente a superficie armado solo de una bocanada de aire que llenó sus pulmones de oxígeno. Tardó 2m 5s en tocar fondo, bajando sin aletas ni más ayuda que la de sus brazos a lo largo de una cuerda, y recoger el testigo depositado allí para probar que había llegado; en volver al aire libre invirtió algo más, 2m 35s, trepando por la cuerda, pero no acabó en buen estado. “Sufrí un síncope volviendo y, llegué con unos niveles tan bajos de oxígeno que no pude darle el OK al juez cuando saqué la cabeza del agua. El récord quedó invalidado”, explica Lozano, dos veces subcampeón del mundo y poseedor de 11 récords de España. “Pero no cejo, lo volveré a intentar en Honduras, en la isla de Roatán, a finales de mayo”.

Tras días antes del intento, Lozano había enfermado del estómago. Retrasó 24 horas el intento programado para el día 23, pero no estaba aún plenamente recuperado. “Tomé la decisión de intentarlo, pero pagué la debilidad de los últimos días. Me encuentro bien, sólo necesito unos días para recuperarme física y mentalmente. Han sido unos meses de mucho desgaste a todos los niveles”, escribió en su Facebook Lozano, quien se había entrenado a conciencia. “Pasé los últimos dos meses entrenando en Bali con Apnea Bali en una progresión muy buena, buceando por debajo de los 120 metros de forma muy cómoda, y ahora sé por qué hace seis años que no se bate este récord. Los récords del mundo nunca fueron fáciles, ni física ni técnicamente ni, sobre todo, psicológicamente”.

Para ganarse la vida, Miguel Lozano, dos veces subcampeón del mundo, forma alumnos desde hace ocho años en sus escuelas de Tenerife y Lanzarote, junto con su socio y entrenador Santiago Jakas. Allí intenta organizar sus sueños deportivos, que persigue siempre bajo el lema que repitió en Bali: “La siguiente, más y mejor. ¿Y más profundo?”

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