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Psicología
Todo lo que dice de nosotros una vieja amistad que se ha acabado
-Los amigos son nuestros espejos, y perderlos o desconectarnos de ellos puede desatar una tormenta emocional. Pero a veces también supone una transición a otra versión de nosotros mismos.
David Dorenbaum
01 feb 2024 - 05:40CET
A pesar de ser un hecho inevitable, perder amigos en una etapa avanzada de la vida es difícil y desgarrador. La muerte de un amigo puede desatar una tormenta de emociones. Nos deja con la sensación de haber perdido una parte de nosotros mismos, especialmente si esa persona perteneció a nuestro círculo más cercano y nos ha acompañado en las buenas y en las malas, como fuente de fortaleza, cómplice y caja de resonancia. La intimidad de la amistad, escribe el filósofo Jacques Derrida, “reside en la sensación de reconocerse en los ojos del otro”. Pero, curiosamente, hay otro tipo de pérdida de amigos que puede ser incluso más ardua de afrontar y queremos analizar aquí: la desconexión en vida. Porque en este caso se trata de una pérdida ambigua, que provoca el duelo por una persona que está viva, algo que puede resultar aún más complejo emocionalmente. El papel de los amigos tiende a ser más importante a medida que envejecemos, pero también se vuelve más difícil conservarlos. ¿Cómo se entiende esto?
El filósofo Friedrich Nietzsche capta la naturaleza de la inquietante extrañeza en su máxima titulada Los amigos como fantasmas (Die Freunde als Gespenster): “Si nosotros cambiamos significativamente, aquellos amigos que no han cambiado se convierten en fantasmas de nuestro propio pasado: su voz llega hasta nosotros con un sonido aterrador, espectral; como si nos oyésemos a nosotros mismos, pero más jóvenes, severos, inmaduros”. El espectro del amigo, para Nietzsche, incluye connotaciones metafóricas que tienen que ver con el desvanecimiento, lo ambiguo, lo intangible, lo que no se puede experimentar en la inmediatez. Designa algo ambivalente, tal vez indeterminado, puede ser alguien familiar y extraño a la vez —es una presencia que, paradójicamente, se revela en su falta—.
Es natural que las amistades se transformen a medida que navegamos por la vida. Desde dejar o cambiar de trabajo hasta mudarse nos puede alejar de los amigos. Y es común escuchar a la gente decir que no tiene suficientes horas en el día para abordar las tareas de la lista de pendientes, mucho menos para mantenerse al tanto con los viejos amigos. Estas transiciones pueden propiciar la ruptura. Con la edad, nuestras prioridades cambian y dificultan la reconciliación con las de los viejos amigos. En este periplo es comprensible que algunas amistades se queden en el camino. Y cuando estamos en el lugar del que quedó atrás, puede ser devastador afrontar que alguien que había estado tan cerca de nosotros, a fuerza de una decisión unilateral, ya no lo está.
Las diferencias crecientes, los malentendidos o los conflictos no resueltos a menudo son la causa. Uno de los principales detonadores es la pérdida de confianza. El miedo juega un papel importante —miedo al rechazo, a ser explotado o a comprometer la propia identidad—. Al mismo tiempo y en otro ámbito, el mecanismo que desarticula la relación con un amigo puede obedecer a fuerzas inconscientes, de las que la persona no tiene conocimiento. El psicoanalista Donald Winnicott las llama “agonías primitivas”. Lo que sucede en el presente es algo que ya ha ocurrido en la psique y se proyecta hacia el futuro —aquello que no puede ser identificado conscientemente se impone en nuestra realidad y se repite—. En un intento por liberarse de los vínculos con el pasado doloroso, una y otra vez, el inconsciente humano nos lleva al lugar original donde las cosas salieron mal, con el deseo de hacerlo todo de nuevo y reparar el daño. La amistad en juego se convierte en el teatro en el que se despliega lo disruptivo, y el quiebre encarna la repetición de una pérdida, abandono o separación traumática ancestral —de ahí la desproporción entre el calibre del agravio y el de sus consecuencias—.
Lo observo en algunos pacientes, que interceptan inconscientemente mi capacidad para trabajar como su psicoanalista: en lugar de buscar conexiones y sentido, se aseguran de que no se puedan afianzar relaciones entre el pasado y el presente, entre ideas y sentimientos, o entre ellos y yo. El psicoanalista Wilfred Bion, en su artículo Ataques al vínculo, lo describe como la forma en que las personas intentan sortear las verdades dolorosas de sus vidas —las conexiones son sustituidas por desconexiones— para escapar del dolor de descubrirse a uno mismo.
En suma, perder un amigo cuando estamos entrados en años puede ser desalentador. Pero, por otra parte, es el comienzo de una transición hacia otra versión de uno mismo. Las investigaciones han demostrado que, si bien el extrañamiento se asocia con sentimientos profundos de soledad, también puede favorecer la posibilidad de mejorar la calidad de vida. No es solo pérdida, también es una oportunidad para embarcarse en experiencias renovadoras. Esto puede parecer contradictorio, pero simplemente significa que, al dejar de lado lo familiar, nos abrimos a un mundo de posibilidades.
David Dorenbaum es psiquiatra y psicoanalista.
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