sábado, 5 de junio de 2021

La Extinción de la Mente Crítica + La Segunda Venida - Neorreaccionarios, Guerra Civil Global y el Día Después del Apocalipsis - Franco “Bifo” Berardi

Muy buenas,

Se lleva tiempo notando:

https://cajanegraeditora.com.ar/blog/la-extincion-de-la-mente-critica/

LA EXTINCIÓN DE LA MENTE CRÍTICA
Por Franco “Bifo” Berardi

No niego que el volumen de información falsa esté aumentando dentro del discurso político, ni que ello resulte perjudicial para la democracia y sirva a los malos. Pero la información falsa en el discurso público no es nada nuevo.

Periodistas y políticos manifiestan su indignación porque hackers rusos están influenciando elecciones en los países democráticos occidentales. Esto es malo, pero cuesta ver en ello algo novedoso, ya que durante los últimos setenta años el sistema de medios y los servicios secretos estadounidenses han influenciado elecciones sistemáticamente en numerosos países, no solo en Occidente, sino en casi todas partes del mundo.

El dinero estadounidense influenció las elecciones generales de Italia del año 1948, y los servicios secretos estuvieron involucrados en el derrocamiento de Mohammad Mosaddegh en Irán en 1953, por nombrar tan solo dos ejemplos. Los medios de comunicación estadounidenses, por su parte, jugaron un claro papel incitando a la gente a rebelarse (por supuesto, con buenas razones) durante las manifestaciones antisoviéticas de 1989 y en la insurrección ucraniana de 2014.

Así que no hay nada nuevo en las fake news.

Lo que es nuevo son la velocidad y la intensidad de la infoestimulación, y por consiguiente la enorme cantidad de atención que es absorbida por la información (falsa o no).

La saturación de la atención social pone en peligro nuestras habilidades críticas.

Las habilidades críticas no son algo naturalmente dado, sino un producto de la evolución intelectual a lo largo de la historia. La facultad cognitiva que llamamos “crítica” es la capacidad del individuo para distinguir entre proposiciones verdaderas y falsas, así como entre actos buenos y malos, y solo se desarrolla bajo condiciones especiales. De hecho, para ser capaz de distinguir críticamente, nuestra mente necesita procesar información, sopesar y luego decidir. La capacidad crítica implica una relación rítmica entre estímulo informativo y tiempo de elaboración.

Por encima de determinado nivel de intensidad, la información ya no es recibida e interpretada como un conjunto complejo de proposiciones. Pasa a ser percibida como un flujo de estimulación nerviosa, un asalto emocional al cerebro.

La facultad crítica que fue crucial para la formación de la opinión pública en la era burguesa moderna fue el efecto de una relación especial entre la mente individual y la infoesfera, en particular la esfera constituida por medios impresos, libros y discusión pública.

La mente alfabética estaba engranada para elaborar un lento flujo de palabras dispuestas sobre la página de manera secuencial, lo que hacía que el discurso público funcionara como espacio de evaluación consciente y discriminación crítica, y que la elección política estuviera basada en la evaluación crítica y el discernimiento ideológico.

La aceleración de los infoflujos llevó a la saturación de la atención, por lo que nuestra capacidad para discriminar entre lo que es verdadero y lo que es falso se ve confundida y perturbada; la tormenta de infoestimulación nubla la vista, y las personas terminan por envolverse en redes de autoconfirmación.

 Hace veinticinco años, nuestra imaginación de la Internet naciente se basó en la idea de que esta nueva  dimensión estaba destinada a tirar abajo todas las fronteras y hacer posible un proceso de confrontación abierta y libre.

Pero tuvimos razón solo en parte: Internet se convirtió en un espacio donde reverberan incontables cámaras de eco, repitiendo siempre un idéntico mensaje: competencia, identidad, agresividad.

Hasta donde alcanzo a entender, el principal problema del paisaje de medios contemporáneo no es la propagación de fake news, sino la descomposición de la mente crítica, cuyos efectos incluyen la credulidad entre las muchedumbres y la agresividad autoconfirmatoria de la multitud.

En la entrevista con el Washington Post mencionada más arriba, Paul Horner ofrece la siguiente explicación del éxito de Trump: “Honestamente, la gente es decididamente más estúpida. Hace circular cualquier cosa. Nadie se toma ya el trabajo de verificar nada. O sea, así es como fue elegido Trump”.

La regresión cultural de nuestro tiempo no tiene su raíz en el mayor número de mentiras que circulan en la infoesfera. Antes bien, es un efecto de la inhabilidad de la mente social para elaborar distinciones críticas, de la incapacidad de las personas para priorizar su propia experiencia social y crear un camino común para una subjetivación autónoma. Por eso la gente vota por manipuladores de los medios de comunicación que a su vez explotan su credibilidad.

En la Unión Europea se está debatiendo introducir regulaciones contra las fake news. Pero ¿quién va a decidir dónde está el límite entre lo falso y lo verdadero? ¿Debemos luchar por el restablecimiento de la verdad para restaurar la democracia?

La lucha por desenmascarar las mentiras de los medios oficiales ha sido siempre un punto esencial en la agenda de los movimientos sociales, pero no creo que la tarea principal de un movimiento social sea la lucha por la verdad.

A pesar de las complicaciones del discurso público y de las incontables mentiras que circulan en boca de los políticos, no es tan difícil saber la verdad, y la mayoría de las personas son conscientes de lo que es verdad: sabemos por experiencia que el capitalismo explota nuestro trabajo y que la dinámica financiera está empobreciendo la sociedad. Después de dos décadas de engatusamiento neoliberal, cada vez más personas han llegado a darse cuenta de que el capitalismo es una trampa. Lo que no sabemos es cómo salir de la trampa. No sabemos cómo reactivar la autonomía del cuerpo social. No necesitamos alguien que denuncie la realidad de la explotación: necesitamos alguien que nos diga cómo librarnos de la explotación.

Por eso tengo sentimientos encontrados acerca de la extraordinaria aventura de WikiLeaks. Cuando WikiLeaks reveló que el Ejército estadounidense había matado a civiles desarmados en Afganistán y otros lugares, le hizo un favor al mundo del periodismo, pero no agregó mucho a lo que ya sabíamos. Es sabido prácticamente por todos que un ejército hipermoderno mata inocentes en forma rutinaria. Solo el 9% de las víctimas de la Primera Guerra Mundial fueron civiles. En las guerras que se libraron desde fines del siglo XX, más del 90% de las víctimas han sido civiles. Por sí solo, estar al tanto de la depredación y la vio- lencia no ayuda a las personas a organizarse y a liberarse de las garras del poder. Y puede ser desalentador.

No es la verdad, sino la imaginación de líneas de escape lo que ayuda a las personas a vivir una vida autónoma y a rebelarse con éxito.

Pienso que Julian Assange hizo un gran trabajo al fortalecer el poder de la información independiente, pero su contribución al movimiento emancipatorio no consiste en haber revelado una verdad. Más interesante me resulta un costado diferente, acaso menos visible: WikiLeaks ha sido una importante experiencia de solidaridad entre periodistas, informáticos y personal militar que se rebelaron contra la hipocresía y la inhumanidad de la guerra. Ese es el mérito invalorable de WikiLeaks y otros actores hacktivistas. Pero la obsesión con la verdad que es propia de la cultura puritana ha producido efectos ambiguos, a tal punto de que algunas revelaciones han jugado en beneficio de Trump y de Putin.

La filosofía de WikiLeaks se basa en la descripción del poder en términos de secreto: los secretos son vistos como la fuente de autoridad y de mando.

Si uno devela el secreto, la verdad puede ser establecida.

Pero la verdad es inefectiva en sí misma, porque el juego de la enunciación es infinito. Una vez que descubres el contenido secreto, te enfrentas al enigma de la interpretación. La interpretación es la que decide en última instancia y hace posible la acción, y es un juego infinito que solo puede ser decidido por un acto de voluntad o por un acto de inclinación estética.

Más que secretos, los signos del poder son enigmáticos.

La fuente del poder es un enigma: nunca dejamos de buscar una autentificación, y no la encontramos porque el poder carece de autenticidad.

El secreto es un contenido oculto a la mirada del público. Necesitas la llave que abra la caja fuerte y sabrás la verdad oculta.

Sin embargo, el proceso de subjetivación social no se basa en develar el secreto; se basa en el proceso de interpretación y de imaginación.

El enigma es un enunciado abierto que puede ser interpretado de infinitas maneras, y los enunciados del poder se asemejan más a enigmas que a secretos. Constantemente tienes que estar interpretando los signos del poder establecido para descubrir líneas de escape y de subjetivación.

El conflicto entre WikiLeaks y el establishment occidental se desarrolla dentro de la esfera del puritanismo anglosajón. Como captó con perspicacia Jonathan Franzen en Pureza, la cultura digital es el punto de llegada de la binarización epistemológica y de la purificación del lenguaje y el comportamiento social.

Lo que tenemos aquí es un conflicto entre dos formas diferentes de la cultura puritana: el culto de la centroizquierda de la corrección política versus el culto de WikiLeaks de una verdad ética que la corrección política enmascara a menudo con hipocresía.

Pero al final de la contienda, el ganador fue el barroco de Trump: el emperador de lo fake que surgió de las ruinas de la solidaridad social y el entendimiento crítico.

El caos le gana al orden, y el ruido artificial les gana a las voces humanas.

Sobre el autor:

Escritor, filósofo y activista nacido en Bolonia, en 1949. Es una importante figura del movimiento autonomista italiano. Graduado en Estética por la Universidad de Bolonia, participó de los acontecimientos de mayo del 68 desde esa ciudad. Fue fundador de la histórica revista A/traverso, fanzine del movimiento creativo en el que participó entre 1975 y 1981, y promotor de la mítica Radio Alice, primera radio pirata italiana. Vivió en París, donde conoció a Félix Guattari, y en Nueva York. En 2002 fundó TV Orfeo, la primera televisión comunitaria italiana. Actualmente es profesor de Historia social de los medios en la Academia de Brera en Milán. Como autor escribió numerosos ensayos y ponencias sobre las transformaciones del trabajo y los procesos de comunicación en el capitalismo postindustial. Sus textos fueron publicados en distintos idiomas. Algunos de sus títulos son: Mutazione e Cyberpunk, Cibernauti, La fábrica de la infelicidad, Generación post-alfa, Félix, y La sublevación.

El libro:

https://cajanegraeditora.com.ar/libros/la-segunda-venida-franco-bifo-berardi/

LA SEGUNDA VENIDA
Neorreaccionarios, guerra civil global y el día después del Apocalipsis
Franco “Bifo” Berardi
Colección: Futuros Próximos
Traducción: Tadeo Lima
ISBN: 978-987-1622-94-8
Páginas: 112

En los sesenta la consigna era “socialismo o barbarie”. Pero el socialismo que nacía de las luchas obreras y feministas no fue capaz de consolidarse y la barbarie triunfó. Hoy enfrentamos la misma alternativa, solo que más radical: o el comunismo o la extinción.
Una frase atribuida a John Keynes se repite como un mantra aquí: “Lo inevitable por lo general no sucede, porque prevalece lo impredecible”. Es fácil ver lo inevitable ahora: la Tercera Guerra Mundial está sucediendo no como una lucha entre potencias imperialistas, sino como una extendida guerra civil global que enfrenta a clanes, movimientos políticos y creencias religiosas en un contexto en el que la democracia y la opinión crítica son desplazadas por la cultura identitaria, la rabia y la depresión. El ascenso de Donald Trump o del movimiento alt-right son entendibles como una reacción supremacista alimentada por el miedo. Los trabajadores blancos, empobrecidos en las décadas de hegemonía liberal de centroizquierda, se están rebelando contra la democracia y el globalismo. Mientras el conflicto oponga globalistas neoliberales a nacionalistas antiglobalización, continuará escalando con consecuencias devastadoras. Únicamente el surgimiento de una solidaridad consciente entre trabajadores más allá de los límites de las naciones puede disipar la catástrofe final. Pero hasta donde llega nuestra capacidad de predicción, dicho surgimiento es imposible.
Este libro nos invita a prepararnos para cuando acontezca lo imprevisto. “No dejemos de pensar –nos dice Bifo– porque puede que lo impredecible pronto requiera ser pensado, y ese es nuestro trabajo: pensar en tiempos de trauma apocalíptico”. Un siglo después de la revolución comunista, la idea de que el mundo pueda cambiar para mejor parece enterrada. Pero el hecho de que ya nada vaya a salvarnos no debería verse como una fatalidad: si este mundo está muerto, entonces puede aparecer otro que nos saque de esta existencia de zombis. La segunda venida para la que tenemos que predisponer nuestras mentes es la del comunismo, aunque tendrá poco que ver con 1917. El Apocalipsis debe ser concebido como una metáfora, y el comunismo también lo es: la metáfora del posible despliegue de los potenciales de la mente y la solidaridad humanas.

Fragmento:

https://drive.google.com/file/d/1nYqMe1HG_ZI5igBfuvhqnT-HuEOVvJY-/view

Prólogo: O el comunismo o la extinción

¿Cuánto hace que las trompetas del Apocalipsis parecen sonar en los confines extremos de la Tierra?

Desde que el capitalismo ha agotado su carrera expansiva, quizás. Desde que en los años setenta llegó la noticia de que en un planeta finito el crecimiento económico no puede ser infinito. A partir de ese momento se puso en marcha una máquina extractiva, cuyo producto a largo plazo (ahora lo sabemos con certeza) era la devastación.

Hoy, después de cuarenta años de sistemática depredación neoliberal, la devastación está completa, como hace rato han detectado las antenas estéticas y filosóficas.

En el siglo industrial, el capitalismo producía cosas, objetos, bienes, que el intercambio transformaba en valores. Era la época de la expansión. Cuando la expansión empezó a agotar sus fuentes, la extracción de recursos físicos y mentales fue secando progresivamente las fuentes
mismas de la vida en el planeta, las fuentes mismas de la racionalidad y de la conciencia.

Desde entonces, el colapso ha estado preparándose por décadas, primero de manera paulatina y luego en grandes saltos.

En el verano de 2001, estábamos en Génova, donde se daban cita los grandes de la tierra invitados por Silvio Berlusconi. Trescientas mil personas fuimos a aquella ciudad a gritar: “¡Otro mundo es posible!”. Nos respondieron con las armas, con la tortura en el centro de detención de Bolzaneto, con la destrucción de los locales del Independent Media Center.

En Génova, nos dimos todos un tremendo susto, y perdimos un poco la brújula. Era la primera vez (no exactamente, pero casi) que nos la veíamos con la tortura en estos pagos, con el ojo clínico del asesino carabiniere-médico-nazi que sabe dónde golpear para destruirte.

Y, efectivamente, nos destruyeron. A partir de ese momento, nos pusimos a balbucear sobre la democracia, la unidad europea, pavadas de las que nos reíamos cuando estábamos en posesión de nuestras mentes, cuando razonábamos materialistamente en términos de clase, y no nos
dejábamos embaucar por las mitologías políticas de un enemigo despiadado que usa el fascismo y la democracia como herramientas diferentes pero complementarias.

Después de los acontecimientos de Génova, partí hacia el Himachal Pradesh, donde mi sobrina monja budista lloró al leer el periodico que le había llevado.

Pasó el tiempo, y dieciséis años después de Génova el movimiento se reencontraba en Hamburgo detrás de una enorme pancarta que decía: “Welcome to Hell” [Bienvenidos al Infierno].

En el otoño de 2019, el cuerpo planetario sufrió una convulsión: de Santiago a Hong Kong, Barcelona y París, de Quito a Beirut y Teherán, miles de personas se pusieron la máscara
del Joker y gritaron: “Nuestra depresión es el capitalismo”.

Luego vino el flagelo del virus, el colapso psico-deflacionario que detuvo los engranajes de la máquina global.

Las premoniciones apocalípticas empezaron entonces a perder el tono irónico de algún profeta exaltado y se convirtieron en sentido común.

A mediados de mayo, estalló un movimiento insurreccional en las ciudades estadounidenses que parece abrigar un nuevo sentimiento: “Another end of the world is possible” [Otro fin del mundo es posible]. Palabras escritas en un muro de Mineápolis.

Cuando, en febrero de 2013, una paloma soltada de las manos del papa Francisco fue apresada y despedazada por un cuervo negro, algo se excitó en mi mente irónico-profética. Fue en ese momento que se me ocurrió escribir algo sobre el tema del Apocalipsis, y escribí este librito que se
inspira en las palabras de un poeta anárquico y cristiano llamado W.B. Yeats.

El poema de Yeats imagina la segunda venida de Cristo tras la Primera Guerra Mundial, la epidemia de gripe española, la miseria irlandesa y el nacionalismo que se preparaba para vestir la camisa parda.

En mi librito, hablo de una venida de otro género, siempre jugando con la metáfora del Apocalipsis.

Naturalmente, el Apocalipsis es una metáfora que hay que tratar con circunspección. Pero el imaginario colectivo está impregnado por él, y consideré que cabía plantear de nuevo la pregunta de Yeats. ¿Es todavía posible la convivencia humana? ¿Son todavía posibles la vida, la paz y la amistad?

¿Es posible una sociedad igualitaria que produzca utilidad, que ofrezca educación y cuidados médicos a todos?

¿Es posible una sociedad igualitaria y frugal que nos permita vivir en paz?

En los años sesenta, se decía: socialismo o barbarie.

No fuimos capaces de consolidar el socialismo que nacía de las luchas obreras y feministas, y la barbarie prevaleció y hoy domina en todas partes.

Pero la barbarie está allanando el camino a la extinción de la civilización humana.

Y la alternativa que hoy se presenta sigue siendo la misma, solo que en un nivel más alto, más radical.

O el comunismo o la extinción.

Bolonia, 2020


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